Entre los poemas malos de Borges (son pocos, pero son), hay uno que podría ser el peor de todos; podría serlo si fuera un poema y también si no fuera porque lo que importa de él es su teoría del arte. Se llama “The Unending Gift” y está incluido en Elogio de la sombra (1969). Que no sea un poema estaba dicho ya en esa indecisión declarada en el prólogo (“conviven, creo que sin discordia, las formas de la prosa y del verso”); en cuanto a lo segundo, para descubrir la teoría del arte hay que citar parte de ese escrito: “Un pintor nos prometió un cuadro. Ahora, en New England, sé que ha muerto. Sentí, como otras veces, la tristeza de comprender que somos como un sueño. Pensé en el hombre y en el cuadro perdidos. […] Pensé en un lugar prefijado que la tela no ocupará. Pensé después: si estuviera ahí, sería con el tiempo una cosa más, una cosa, una de las vanidades o hábitos de la casa; ahora es ilimitada, incesante, capaz de cualquier forma y cualquier color y no atada a ninguno. Existe de algún modo. Vivirá y crecerá como una música y estará conmigo hasta el fin”.
Borges afirma descreer de las “estéticas”, afirma no afirmar ninguna estética que se reduzca a una caja de herramientas retórica, a las artimañas del estilo. Sin embargo, se lee aquí, si no una estética, sí por lo menos una poética imposible de la irrealización que, precisamente, concibe la obra de arte irrealizada como colmo artístico, posibilidad plena de todas las posibilidades: suma imposibilidad. La ciudad de Fervor de Buenos Aires es ese objeto increado que, para decirlo en palabras de un filósofo, extrae su realidad de la ubicuidad de su ausencia.
Pero Borges dejó vestigios de esa ausencia, la posibilidad no fue nunca para él plena, y nunca encontró la manera ni de volver al grado cero ni decir por completo la ciudad. Borges no esconde tampoco en ciertos versos de su primer libro la explicitación de esa poética. Así en el poema “El sur”: “… esas luces dispersas/ que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar…” “… el olor del jazmín y la madreselva,/ el silencio del pájaro dormido… esas cosas, acaso, son el poema”. O el inicio de este otro raro poema, “Benarés”: “Falsa y tupida/ como un jardín calcado en un espejo, la imaginada urbe/ que no han visto nunca mis ojos/ entreteje distancias/ y repite sus casas inalcanzables”. Lo mismo Buenos Aires que Benarés: los lugares, intercambiables, son lo de menos.
Cuando hacia julio de 1923 salió Fervor de Buenos Aires (Imprenta Serantes) era la de ese libro una urbe ya doblemente imaginada. Los años inmediatamente anteriores que Borges había pasado en Europa habrán probablemente perfeccionado el recuerdo de la patria, y ese perfeccionamiento del recuerdo fue enseguida invención. En esa imaginación duplicada está supuesta una invención primera: esa invención fue la de Norah Borges. Borges (Jorge Luis) imitó las imágenes de su hermana Norah. Ramón Gómez de la Serna conoció a los hermanos antes de Fervor…, y escribió después sobre Fervor… La reseña, tal como se publicó en 1924, es caprichosa (trata de explicarse a sí mismos los poemas), pero en su libro monográfico sobre Norah Borges de 1945 la revistió de otras consideraciones antes de citarla de punta a punta, y fue así el descubridor de la primera ciudad imaginada, la de Norah B.: “El hermano escritor y poeta está en la hora paralela de su hermana y se destaca en la portada de su obra […] Norah se para en las portadas, ve a las asomadas en el balcón, pero Jorge Luis profundiza y ve las sombras inquietantes, las respuestas de detrás, la sierpe de la aventura, la ansiedad calenturienta. Tiene importancia y aclara la figura de la hermana la poesía del hermano”. Pero el de los hermanos no era un arte de portadas. Lo dice Ramón: “A todo eso que Norah revelaba, yo sabía que asistía un hermano que se reservaba para la poesía, que recopilaba poesía”.
Aquello que Borges (J. L.) quiso escribir era lo que había visto Norah y que no podía ser escrito: “Un amanecer que llega incorruptible hasta la mañana siguiente”. El hermano imaginó de nuevo la ciudad imaginada por la hermana, raro milagro en que dos irrealidades resultaron en algo real.
Siguió Borges corrigiendo Fervor… (“Buenos Aires convertido en llama espiritual”, como escribió Enrique Díez-Canedo), su unending gift, su unending book. Siguió corrigiéndolo aun fuera de ese libro, en otros libros; por ejemplo, en Elogio de la sombra. Hay ahí otro poema enumerativo de Borges que se llama también “Buenos Aires”. En el final, explica sin querer Fervor…, lo que Fervor… no podía ser, y cuando habla de la ciudad ni siquiera se refiere a ella, y por eso para él ese libro ahora centenario prefiguró los que vendrían: “Buenos Aires es la otra calle, la que no pisé nunca, es el centro secreto de las manzanas, los patios últimos […] es lo que se ha perdido y lo que será, es lo ulterior, lo ajeno, lo lateral…”
Además
La reedición por el centenario
Sudamericana lanzó a tiempo con la reciente Feria del Libro de Buenos Aires una nueva edición de Fervor de Buenos Aires, que incluye los poemas de Luna de enfrente y Cuaderno San Martín, para conmemorar los cien años del primer libro de Borges. El ejemplar es, asimismo, el último proyecto editorial sobre el que trabajó María Kodama antes de su muerte, el 26 de marzo pasado.
El manuscrito de 1923
Mientras se celebra el gran aniversario en ferias, festivales y conferencias, el librero anticuario Víctor Aizenman puso a la venta el manuscrito ológrafo integral de Fervor de Buenos Aires, de Jorge Luis Borges: 60 carillas escritas en tinta negra. “Sería redundante subrayar el carácter precioso de este conjunto, único y privilegiado acceso al nacimiento de un texto fundamental en la obra de su autor y de la propia literatura argentina”.
Conferencias
Del 5 al 9 de junio se realiza el Festival Borges con tres charlas presenciales en Casa de la Lectura (Lavalleja 924) y once virtuales por YouTube. Además, la Asociación de Libreros Anticuarios de Argentina organiza una mesa el 12 de julio, con Martín Kohan, Nicolás Helft y Martín Hadis, y otra, el 29 de noviembre, en la Feria del Libro Antiguo, con Beatriz Sarlo, Daniel Link y Daniel Balderston.